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Cuando se desea más de lo que se puede tener, se corre el riesgo de perder lo que se tiene, y es que, como dice el refrán popular, la avaricia rompe el saco. Eso les ha ocurrido a los catalanes, les hemos dado mucho, demasiado diría yo, y la ambición desmedida, ha hecho que lo mucho no sea suficiente, han creído que podían aspirar a más, que el bienestar alcanzado no era lo bastante, que los poderes fácticos estarían con ellos, que tendrían apoyos internacionales, que sus mentiras sobre España calarían hondo en el corazón de otros pueblos y naciones, que la debilidad mostrada desde el principio por el Gobierno de España, les abríría puertas y llenaba de esperanza sus pretensiones.
Pero todo se ha venido abajo como un castillo de naipes. Nada les ha salido bien. Por el contrario, las previsiones no fueron buenas y como consecuencia, las cosas les irán peor en el futuro. Para ser exactos, nos irán peor a todos por culpa de estos desgraciados, avariciosos y egoistas del todavía más. Siento pena por los catalanes de buena voluntad que hay muchos y están sufriendo en sus carnes, las consecuencias de todo lo malo que el independentismo ha traido a Cataluña. Tengo la esperanza de que poco a poco, vuelva la normalidad a la vida diaria aunque ya, por mucho que quieran, nunca serán tan ricos como lo fueron en el pasado. La experiencia nos dice que resulta muy difícil levantar castillos arruinados.